
En
la anterior sesión del seminario, a través de la ponencia de la Dra. María
Eugenia Rodríguez Palop, se expusieron distintos planteamientos tendientes a
defender que las mujeres, debido a que han sido educadas y socializadas de
determinadas maneras, mantienen un cierto punto de vista ético para resolver conflictos
morales.
Dicha
postura, al ser sostenida desde la perspectiva ética de las mujeres y no siendo
propiamente creada por ellas, pudiendo así ser adoptada por cualquier ser
racional que lo desee, se distancia del dualismo rígido y reaccionario entre
ambos sexos, absteniéndose de creer en el condicionamiento por razones
biológicas. En ese sentido, la expositora aseveró que por sustentarse en un
modelo de justicia y de derechos humanos más asumible, el específico punto de
vista ético que las mujeres han venido manteniendo, es racional y moralmente
más respetable que la visión hegemónica y dominante, la cual termina por
resultar insuficiente y masculinizante
La
Dra. Rodríguez Palop, trazando sus postulados desde el feminismo cultural, que
se apoya en el feminismo de la diferencia, afirma (aunque haciendo énfasis en
renunciar a una visión estrechamente dualista) que por el modo en como ha sido
socializada la mujer, esta a diferencia de los hombres, tiene diferentes
actitudes frente a los dilemas morales. Así para las personas de sexo femenino, el
pensamiento de los derechos, basados sobretodo en la idea del subjetivismo
moral, es decir concibiéndolos bajo un esquema clásico, resulta conflictivo y
por lo tanto necesita conciliar la ética de los derechos con la ética de la
responsabilidad, que en el ámbito del feminismo cultural es lo que se ha
denominado como ética del cuidado. Esta ética se caracterizaría por tres
elementos:
- Encontrarse
sustentada en relaciones de interdependencia, así como en una racionalidad
comunicativa.
- Exigir pasar de
la justicia como ventaja mutua a una justicia como imparcialidad dialógica, implicando
el debate y el diálogo sobre los determinados modelos de justicia y,
- Superar la noción
de los derechos como triunfos para adoptar una concepción relacional de los mismos.
Asumiendo
dichos presupuestos, el punto de vista que representa a las mujeres resulta mayormente
racional en cuanto los derechos son más adaptables y equitativos a la solución
de problemas concretos. De modo que la propuesta desde la presente postura se
enfoca en la feminización de los procesos de socialización y las instituciones,
alejándose así del feminismo liberal, cuyo planteamiento radica más bien en la
masculinización del punto de vista femenino.
A
partir de esas ideas, la expositora desarrolló los principales planteamientos tanto de Betty Friedan (The Feminine Mystique -
1963) como Carol Gilligan (In a
Different Voice - 1982) resaltando que a pesar de que ambas fueron
feministas, psicólogas sociales, e intentaron responder a las mismas
problemáticas sobre los dilemas morales que afrontan las mujeres, lo
contrastante de sus posturas pone de relieve la manera en que distintas respuestas
que el movimiento feminista ha dado a los conflictos morales, no han sido
siempre las mismas.
Y
es que mientras el feminismo liberal de Friedan propone como solución la
adopción de roles hegemónicos, aunado a la pretensión de serle funcional al
sistema, para así lograr liberar a la mujer del conflicto que le implica la
mística de la feminidad; muy distinta es la perspectiva de Gilligan al respecto
pues al afirmar que el aprendizaje moral de las mujeres se forma por
continuidad, y al verse involucrada la diferente concepción que tiene la mujer
sobre la experiencia del poder (el cual desempeña fundamentalmente en el ámbito
privado), la autora en cuestión, no piensa que la mujer debe quedarse encerrada
en la ética de la responsabilidad y no saltar a la ética de los derechos, sino
que la mujer madura precisamente cuando consigue conciliar ese par de éticas.
Después,
enunciando de manera puntal cómo al entender los derechos en un sentido clásico,
la expositora enunció distintos presupuestos que ponen de manifiesto la forma
en que hombres y mujeres afrontan de forma distinta los dilemas morales, significando
que el pensamiento de la reivindicación individualista para la mujer es conflictivo,
al no encontrarse socializada inicialmente para asumir de manera pacífica dicho
proceso.
La
invitación, planteada desde una ética de la responsabilidad, a la
interdependencia y la racionalidad comunicativa, donde tanto la moral como el
fruto de la experiencia personal sean los fundamentos en un
proceso de debate y deliberación; el entendimiento de la justicia de
modo imparcial, actuando dentro de un
racionamiento basado en el valor del bien y apoyando en la argumentación; así como el planteamiento
de visualizar a los derechos como fuente para el diálogo; propugna por concebir a la mujer como un
elemento valioso, que puede llegar a protagonizar esa vinculación entre las distintas
éticas involucradas.
Para
facilitar ese tránsito conciliador donde se contemple a la política como
deliberación y consenso, para generar una teoría relacional de los derechos
desarrollada a la par de un entendimiento de la justicia como imparcialidad
dialógica, la feminización del espacio público resulta primordial.